El espíritu libre del mar

 


Con la primera luz del alba, nos dirigimos hacia las costas de Israel, un viaje que se anunciaba como algo mucho más que una simple travesía. Cinco días, uno de ellos marcado por la tormenta: no de las que arrasan, pero sí lo suficiente como para que el barco se balanceara con un vaivén constante, un recordatorio de que el mar es caprichoso y jamás perdona el olvido de su fuerza. El viento se encargaba de arañar nuestras caras, pero la tormenta no era tan feroz como para que tuviera que recurrir a la caja de Meclizina. En su lugar, tomé un reconfortante té de jengibre con menta, caliente y curativo, mientras Ariel, con su risa abierta y cómplice, me enseñaba parches que sus amigos se habían visto obligados a usar desde el primer momento en que pisaron el barco. "Nunca creí que fueras una loba de mar", me dijo entre risas, como si el mar me hubiera puesto a prueba de manera inesperada. "Ven, toma agua con limón que te preparé", añadió con un guiño, como si esa simple mezcla pudiera devolverme la calma.

En el corazón del Mediterráneo, entre Malta y Haifa, navega una joya que parece sacada de otro mundo: el "מלכת רות" (Malkat Ruth). Con sus 80 metros de eslora, este impresionante yate Feadship no es solo un barco, es un emblema de la era dorada de los 80, un ícono flotante de lujo, exclusividad y tecnología avanzada. ¿Qué lo hace tan especial? Pues que no solo navega el mar Mediterráneo como pocos, sino que parece pertenecer a una época en la que todo era posible: donde el lujo no tenía límites y la vida flotaba entre la modernidad y el brillo del futuro.

Pienso en el Reina Ruth y me estremezco. El aire a bordo tiene algo que es difícil de explicar, pero que se siente en cada rincón de su interior. Cada detalle está diseñado para recordarnos que estamos en los 80, pero con un nivel de sofisticación tan pulido que lo hacía atemporal. Su estructura de acero y aleaciones ligeras lo convertían en una fortaleza en alta mar, y dentro, la decoración derrocha opulencia con madera noble, mármol de Carrara, cristales finos y tapices de lujo. Todo es grande, pero de una grandeza discreta, minimalista como si el Reina Ruth estuviera diseñado para ser confortable pero recordando que lo grande allí, era el Mar.

La tripulación está compuesta por los mejores de los mejores. Y es que el capitán David Cohen, ex oficial de la Armada israelí, no es solo un hombre de mar: es un líder nato, con la calma y determinación necesarias para capitanear esta fortaleza flotante. Pero si algo destaca de la tripulación, es la seguridad. Eliezer Shalom, un exagente del Mossad con una mirada de acero y una astucia sin igual, asegura que nada ni nadie perturbe la tranquilidad de este viaje.

Y no olvidemos al chef Moshe Abramovich. Este hombre ha hecho de la gastronomía una verdadera obra de arte. Con un dominio total de la cocina mediterránea, transforma cada comida en una fiesta para los sentidos. Y si por el día, bucear y el mar nos mantenía ocupados, las  noches eran de cine con las últimas películas en VHS, el Trivial o el ajedrez, pero mi favorito era aquel relajante jacuzzi exterior para disfrutar del atardecer sobre el mar.

Además estaba equipado con un radar Furuno 1823, radios Harris RF-5800 y un teléfono satelital Inmarsat, Reina Ruth está listo para mantener las líneas de comunicación abiertas con el mundo, pero donde iba Samuel , iba aquel teléfono móvil Motorola 9800X, un verdadero trasto que pesaba como un condenado.

Sí, estamos en 1988 y este yate tiene lo mejor de lo mejor: lujo, comodidad y la capacidad para navegar de un puerto a otro sin el menor problema. Si bien podría parecer que Reina Ruth pertenece a una era pasada, en realidad es uno de los pocos yates capaces de hacer largos viajes por el Mediterráneo sin problemas. Lo que más me sorprende es que, a pesar de ser una máquina del lujo, tiene algo que muchos yates de lujo de hoy en día han perdido: una autenticidad que solo los verdaderos amantes del mar  saben apreciar.

Cada día que pasaba, Jaifa estaba más cerca, como una promesa que se filtraba entre las olas, mientras la emoción crecía y se palpaba en el aire, cargada de una mezcla de misterio y expectativa. El horizonte se alargaba y la Tierra Santa nos llamaba, como el Jardín del Edén, donde la tierra es bendita y las antiguas profecías aún susurran entre las piedras.

Al quinto día, a la hora de comer, tocamos tierra.  Mientras bajabamos del yate, Samuel, con una sonrisa que parecía irradiar una bienvenida sincera, me dio la bienvenida a Israel. "He estado indagando gracias a un par de amigos", dijo mientras me miraba fijamente. "El izquierdo de tu padre es judío, y tu madre, por su rama materna, fueron criptojudíos. Así que, bienvenida a casa." Sus palabras, profundas, resbalaban en mis pensamientos como una revelación que nunca había sido clara hasta ese momento.

"Sabías que Aldana hace referencia al Jordán  y por eso algunas familias sefardies de Sevilla, Córdoba y sur de Badajoz tomaron ese apellido?" añadió, como si su conocimiento de la historia y los secretos ocultos de esa tierra fueran infinitos. Una sensación de pertenencia me invadió de repente, y entendí que había algo más profundo y ancestral en mi llegada a este lugar, como si las raíces de mi propia historia espiritual y biológica se entrelazaran con las de esta tierra sagrada. Haifa se nos presentó como un susurro de serenidad, un lugar donde el bullicio del mundo parece desvanecerse con el viento que acariciaba las rocas.  Tras pasar el control de aduanas en el puerto, más rápido de lo normal, debido al status político de Samuel en el partido socialista, nos encaminamos a losJardines Bahá'ís, un verdaderoº refugio de belleza exquisita, donde cada rincón parecía contener una meditación, y cada paso una reflexión. Su diseño, impecable, parecía imitar la calma que el paisaje desprendía. La paz era palpable, tan profunda como el silencio en las alturas, y nos ofreció un respiro, un refugio temporal de todo lo que quedaba atrás.

Terminamos el día con una cena junto al mar, en la zona de Bat Galim, donde la brisa marina, fresca y salada, se mezclaba con la calidez de los platos locales. El murmullo de las olas acompañaba nuestras palabras, y las luces del puerto de Haifa titilaban a lo lejos, como un faro lejano, testigo mudo de nuestra llegada a esa tierra que prometía revelaciones. Y en ese instante, con el sonido del mar de fondo, supe que este viaje sería más que una simple travesía. Era el principio de algo que nunca podría comprender del todo, pero que había comenzado a vivir, por fin.

 En aquel lugar suspendido en el tiempo, Ariel se volvió hacia mí. Sus ojos, profundos como el océano, estaban cargados de un significado que apenas podía comprender. "La paz no es solo un estado del mundo," dijo, "sino una conexión con nuestro interior. Cuando nos encontramos en calma, el universo se alinea a nuestro alrededor." Sus palabras me envolvieron como un manto cálido, invitándome a sumergirme en la introspección. Sin embargo, algo en su mirada delataba una inquietud que no podía ignorar.

 "¿Qué te preocupa, Ariel?" le pregunté, sintiendo que, a pesar de nuestra cercanía,  en ese momento había un abismo entre nosotros. "Conoces bien  como soy pese a que nos conocemos hace unos meses."

 Él respiró hondo, y por un instante, el peso de su revelación parecía flotar en el aire. "María, tengo 19 años y me han llamado a filas. Mi padre lo está retrasando Son casi tres años, al Shayetet 13, una de las unidades de élite de Israel. Sé bucear y navegar, y he ganado un par de campeonatos de atletismo. Me han adelantado cursos en el bachillerato;  Pero todo eso, palidece ante la incertidumbre de lo que me espera."

—¿Te llamaron a la mili? —pregunté, la preocupación fluyendo de mis palabras—. Pero eso no es malo, ¿o sí?

 Ariel me miró, su expresión entrelazando la determinación con un profundo desasosiego.

 —No es que sea malo en sí mismo —respondió—, pero es una carga que me pesa. Siempre he creído que la paz es el único camino y que todos somos hermanos, que la humanidad es una familia. La idea de servir en un ejército, en medio de esta violencia perpetua con los palestinos, me duele. Mi conciencia me impide matar a otro ser humano o tratarlo como un perro por defender su casa.

 Su voz se tornó reflexiva, casi poética, como si cada palabra tuviera el peso de un mundo que anhelaba.

 —Yo jamás podré disparar a otro hombre —dijo, y sus ojos brillaron con la intensidad de su convicción—. Me angustia la posibilidad de ser parte de un conflicto que debería resolverse con diálogo y amor. Anhelo un futuro donde podamos unirnos, donde las diferencias se disuelvan y podamos vivir en armonía. Va contra todo lo que yo creo, pero no quiero avergonzar a mi familia. Mi padre lo está viendo venir hace tiempo, e intentó solucionarlo a su manera que no es la mía.

En su mirada había una mezcla de esperanza y frustración, y comprendí que la mili para él no solo representaba un deber, sino un dilema moral que desafiaba sus ideales más profundos.

—¿Y cuál es esa manera? —le pregunté, buscando entender su perspectiva.

 Ariel me miró, una chispa de ironía y determinación en sus ojos.

 —Que me case —respondió—. Si contraigo matrimonio, por amistad con la cuspide del partido, quizás puedan suavizar mi situación y acortarla. Es una salida, una forma de eludir el destino que no deseo. El asegura que después de un entrenamiento, pasaría a oficinas y la mayoría de los fines de semana podría pasarlos en casa. Mi solución es más sencilla que se queden con la ciudadania, que me quedo en Argentina, pero eso sería terrible para él y tampoco quiero herirlo de esa forma.

 Su voz llevaba un matiz de resignación, como si la idea de una boda fuera tanto una solución como un sacrificio. En su expresión, vi cómo la búsqueda de la paz se entrelazaba con la necesidad de conformarse a un sistema que no entendía.

 —Ahora entiendo por qué decías que tu padre te había querido ennoviar con la hija de un amigo —le respondí, la comprensión iluminando mi rostro—. No da la imagen de alguien que se meta en tus asuntos, pero parece que tiene sus propias ideas sobre tu futuro.

 Ariel sonrió, una mezcla de risa y frustración, como si la situación resultara absurda.

 —Exactamente. Aparte, cree que casarse sería una solución mágica, como si el amor pudiera ser una salida a la presión que siento. Pero no se da cuenta de que eso no es lo que busco. La libertad y la paz no se logran a través de compromisos que no nacen del corazón. Sólo me casaré enamorado y si ella quiere hacerlo, cuando tenga que ser, será.

 Su mirada se tornó melancólica, y comprendí que, para él, la búsqueda de un futuro sin conflicto iba más allá de cualquier propuesta que intentara encajar en las expectativas de los demás.

Su voz se desvaneció en el murmullo del viento que acariciaba el mar, y comprendí que el brillo de su futuro estaba teñido de sombras que solo el destino podía desvelar.

Finalmente, a la mañana siguiente  llegamos a Tel Aviv, donde la modernidad y la historia se fusionan en un vibrante abrazo. Paseamos por el Mercado Carmel, disfrutando de la cultura local que danzaba a nuestro alrededor. Al caer la tarde, nos dirigimos a la playa de Hilton Beach, muy cerca, de donde tenían un precioso chalé, en Ramat Aviv, un barrio de clase alta de la ciudad. Era el atardecer y el sol se hundía en el horizonte, tiñendo el cielo de tonos cálidos. Recuerdo que lo primero que hice fue coger el teléfono en mi habitación, y llamé a mi madre, que brincó de la alegría al oír mi voz. Después de una merienda cena ligera, Ariel me dijo: - Vamos a dar un paseo.

Fuera de la casa había una brisa suave y el murmullo del mar como telón de fondo, Ariel miró a María, sus ojos brillando con la luz dorada del atardecer, aunque ya estaba una preciosa luna llena brillando en la noche. En un instante que pareció suspendido en el tiempo, tomó aire y, con una sonrisa que revelaba tanto su juventud como una profundidad insólita, dijo:

—¿Te gustaría bailar? La música de este matkot[1] se mezcla con el susurro de las olas, y creo que esta noche el universo tiene una canción que solo nosotros podemos escuchar.

 Mientras hablaba, su voz era un eco de sabiduría más allá de sus años, un reflejo de su espíritu inquieto y su amor por la vida. Aunque aún llevaba el ímpetu de la juventud, había en él una serenidad que parecía anticipar las complejidades del mundo. Era un chico que sabía que cada momento es un regalo, y la invitación a bailar no era solo un capricho, sino una forma de celebrar la conexión entre dos almas bajo el vasto cielo estrellado.

 —Vamos —añadió, extendiendo su mano—. A veces, la mejor manera de encontrar la paz es dejarse llevar por el ritmo del momento.

Bailamos hasta gastar las zapatillas, no bebimos alcohol; a ninguno de los dos nos gustaba. Solo tomó un San Francisco por su parte, y yo un Virgin Mojito. No acabamos en el mar porque se nos habían olvidado los bañadores. En un momento dado, le mencioné que lo había visto meditar al atardecer y al amanecer en el barco, y le pregunté si podía enseñarme. A eso de la hora de las brujas, me dijo: "Sígueme. Cerca de aquí hay un sitio tranquilo; vámonos al Tel Aviv Marina, donde dejamos a מקלט רות (Miklat Ruth), nuestro yate. Está mi velero, רוח חופשית (Ruach Hofshit), con las prisas de mi padre por llegar a casa, no te lo enseñé. Vamos a dar un pequeño paseo y te enseño a meditar".

Llegamos al velero "Espíritu Libre"casi a la media noche. Hace más de treinta años, ese velero de 24 metros era la joya del puerto, uno de esos navíos que llamaba la atención en cada amarre, con su diseño clásico y sus detalles de lujo pensados para la vida en el mar. Era uno de los espacios mejor diseñados para el confort de los suyos, sin importar la rudeza de la travesía o la suavidad de una noche en calma. Tenía tres camarotes bien equipados: dos dobles y uno sencillo. Los camarotes dobles eran como refugios en medio del mar, con camas anchas, colchones gruesos y sábanas de lino que se plegaban al movimiento del barco. En cada uno, las ventanas ovaladas dejaban entrar el reflejo plateado del agua, y la madera pulida de las paredes daba una sensación de intimidad y calor. El camarote sencillo, aunque más modesto, era igual de cómodo, pensado como una morada práctica y discreta, ideal para quienes estaban de paso.

El velero contaba también con una cocina compacta y funcional, un espacio donde el chef improvisado podía preparar una buena comida con el vaivén de las olas. Había estantes de madera donde se guardaban vajilla y utensilios, un refrigerador pequeño y una hornalla de gas, todo perfectamente organizado para evitar que los objetos volaran en días de oleaje duro.

 Para mi sorpresa final, aquel baño poseía una ducha de "relax." No era común en esa época tener algo así en un barco. La ducha, espaciosa y cerrada con cristales resistentes al salitre, tenía un banquillo de madera, donde podían sentarse hasta tres personas. Verdaderamente te invitaba a sentarse y dejarse envolver por el murmullo del agua Y. El grifo de estilo clásico soltaba chorros regulables: uno suave, casi como una lluvia de verano, y otro intenso, perfecto para masajear los hombros después de un largo día de navegación. Alrededor, las baldosas antideslizantes y la tenue luz de un aplique en el techo creaban una atmósfera de serenidad, un rincón donde el tiempo parecía detenerse, haciéndose tan infinito como el mar.

 El salón central era la prueba de que aquel velero había sido pensado para las largas estadías, las noches sin prisa y las madrugadas al son de una conversación. Con un televisor y una cadena de música que se usaba mucho más de lo que los puristas del mar aceptarían, era un espacio de encuentros. La madera oscura, los cómodos asientos de cuero y una pequeña mesa en el centro lo hacían parecer más un salón de casa que el interior de un barco. A bordo, la tecnología de finales de los 80 se hacía presente. Ruach Hofshit, al igual que el yate מקלט רות (Miklat Ruth), estaba equipado con una radio de onda corta VHF, permitiéndonos comunicarnos con otros barcos y estaciones costeras. Además de poder llamar por teléfono con un teléfono satelital, de tecnología avanzada, aunque carísimo en esos tiempos, lo conectaba con todo el mundo. 

Por fuera, el velero era una obra de arte de la navegación clásica, con líneas elegantes y velas majestuosas que se desplegaban al viento como alas. Y aunque han pasado más de treinta años, cualquiera que haya pisado su cubierta recordaría esa combinación perfecta de comodidad y aventura. Ariel, con una mirada nostálgica, dijo: “Mi padre le puso al yate el nombre de מקלט רות (Miklat Ruth), un regalo de amor para mi madre, que siempre ha encontrado su felicidad en el mar.” Sonrió al recordar. “Hace dos años, él me prometió que, si lograba buenas notas, haciendo dos cursos en uno en Columbia y le ayudaba con los negocios, me regalaría mi sueño: un velero propio. Teníamos una barquita con vela, para navegar los dos… Bueno, le puse רוח חופשית (Ruach Hofshit), el Viento Libre, como homenaje a la libertad que siempre he sentido al navegar.” Y, con una sonrisa de oreja a oreja, agregó: “¡Epa, querida, esos tacos no son pa' domar olas, eh! Vas a quedar clavada en la cubierta o, peor aún, te vas a dar de narices contra el palo mayor. Cambiáte a unos zapatitos más marineros antes de hacerte un buen porrazo, ¿te parece?

- ¿Cómo?

-María o vos, te quitas esos taconazos o te tiro por la borda, tu verás. Subir con tacos a un velero es un despropósito total, che. Para empezar, esos tacos finitos no agarran nada sobre la cubierta: te patinás con el primer movimiento del barco y terminás de jeta contra el suelo o, peor, al agua. Además, los tacones pueden hacerle agujeritos a la madera, y eso me dolería incluso más que si te caes al mar. Tengo zapatillas de varias tallas en el camarote

-jajajaja, De todas las que cayeron al mar en tu lujurioso picadero???

-Noooooo…. Ruthi, es muy previsora, ve al camarote, y pon música, sorpréndeme. Yo no tengo picadero, sos malaaaaaaa.

-Dios… tienes todos los maxis de Depeche Mode, Tears for Fears, Ultravox, Talk, Talk, OMD… ¿Pongo el maxi de Such a shame de Talk Talk?

-Princesa de mis sueños, subirlo bien arriba, cuando termine meditamos… Esa canción me vuelve loco, ¡es un reflash! El grupo me flipa, no puedo parar de bailarla y cantarla...

-ok…vamos que te gusta

Mientras nos adentrábamos en la oscuridad, bromeé: "Seguro que me has traído aquí solo a meditar. Su risa resonó en la quietud de la noche, mientras la brisa marina nos envolvía. En ese instante, todo lo que importaba era el ahora. Pero si, me respetó hasta nuestra boda, meses después.

Cuando terminó la canción, Ariel me pidió que le acompañara a cubierta, después de darme un colacao de los que acababa de hacer y, mientras la luna se reflejaba en el agua, colocó dos esterillas de playa sobre la sentina. La brisa del mar nos acariciaba, y el susurro de las olas creaba una melodía suave que nos envolvía.

—Bien —dijo, con una sonrisa que iluminaba la oscuridad—. En tu caso, lo complicado va a ser conseguir que te relajes. Siéntate a mi lado.

Colocó su mano sobre mi corazón, y casi pegué un brinco por la sorpresa, la calidez de su toque era inesperada y profunda.

—Como dije, María, lo difícil va a ser que te relajes. Respira hondo, cierra los ojos. Escucha mi voz y el mar. Ve respirando profundo…

Me guió con su voz, que era como un faro en la oscuridad. Inhala… uno, dos, tres…

 Sentí cómo el aire llena tus pulmones, expandiendo tu pecho. Tu gran aliado en la meditación es tu respiración, ella te trae al aquí y al ahora…. Sostén… uno, dos…

Y luego, como si el tiempo se detuviera, exhala… uno, dos, tres.

Repitió el ciclo, durante unos minutos y con cada respiración, mis músculos se aflojaban y la tensión se disipaba.

—Sigue… voy a ayudarte a que entres en un estado profundo de meditación, tanto que, seguramente, este será tu primer viaje astral. Pero no te asustes, voy contigo. Voy a presentarte a Abba, mi padre.

Con cada palabra, la serenidad me invadía. Había algo hipnótico en esa voz, que te hacía acatar su orden de relajarme y dejar que mi cabeza diera vueltas de un pensamiento a otro.  Notaba que mi respiración se hacía más profunda, ya sin esfuerzo.

-Ahora, vas a expandir tu corazón, ves la luz verdosa del corazón… bien escucha las olas…Vas a conectarte con el mar, este planeta y el universo. No te asustes si sientes una energía poderosa; es simplemente la vida fluyendo a través de ti.

A medida que respiraba, sentía la vibración del océano resonando en mi interior. Era como si el mar tuviera su propio pulso, un latido rítmico que se sincronizaba con el mío. La luna se asomaba entre las nubes, iluminando el velero con una luz plateada, mientras Ariel continuaba guiándome:

—Siente cómo el agua te abraza. Imagina que cada ola es un abrazo del océano, un susurro de amor que te envuelve. Visualiza tu conexión con la inmensidad, con todo lo que existe. Eres parte de esta vasta creación, y el mar es tu aliado, tu refugio. Flotas sin esfuerzo y estás viendo las estrellas, quédate ahí mirando las estrellas… sigue respirando profundo, en el agua, que voy ahí contigo.

El sonido del agua estaba amplificado, como un canto antiguo, aquello me llevó a un estado de calma que nunca había experimentado. La voz de Ariel se desvanecía en el murmullo del océano que tenía una especie de luz en purpura y magenta que le rodeaba, y dorados, y en ese momento, comprendí que estaba a punto de emprender un viaje que iba más allá de lo físico; una travesía hacia lo profundo de mi ser y del universo que me rodeaba.

De repente, en mi visualización, o mejor dicho en aquella realidad, más allá de nuestros sentidos y en otra dimensión donde me encontraba flotando en el mar, apareció un delfín, era enorme. Le vi nítidamente en tres dimensiones, su sonrisa brillante y su energía vibrante. Y de repente mientras le acariciaba, desapareció y alguien rompió el silencio y lo sentí más real que físicamente, que alguien me cogía la mano y me decía:

—Vaya, realmente te atraen y te gustan más los delfines más que los hombres, voy a tener que dejarme crecer la colita…. Ya iremos a un sitio muy especial en el Mar Rojo. Dame la mano. Confía en mi…

Era imposible que el supiera lo que yo había visualizado, yo no había dicho nada desde que había empezado con las respiraciones.

En un instante, la velocidad era de vértigo. La luz comenzó a intensificarse, como si estuviéramos navegando hacia el corazón del sol y lo atravesáramos como si fuera un portal hasta llevarnos a otro Sol, más dorado. Sentí un fuego interior que ascendía por mi columna, desde la base hasta la cima de mi cabeza. Nunca había experimentado nada con aquella intensidad; era como un torrente de amor que me invadía, al punto de que comenzó a ser incómodo en mi pecho, como si fuera a estallar. Mis piernas temblaban y todo mi cuerpo comenzó a sacudirse.

 Me asusté, pero sentí que la mano de Ari sujetaba la mía, suave y reconfortante.

 —Tranquila —me decía, sentía como una inmensa ola de miel, y a la vez como un cortocircuito eléctrico. De repente, vi a mi madre en casa, a mi perra labradora moviendo la cola, a mi padre en la cama durmiendo, y a nosotros. Yo estaba embarazada, y una niña pequeña jugaba conmigo, riendo alegremente, mientras él sonreía desde un sillón. Y de nuevo nosotros allí, y una ancianita en una cama, que abrazaba a un chico como Ari, y regresaba al Sol detrás del Sol. De nuevo mi cuerpo empezó a sacudirse, olas de placer, dulzura, amor y necesidad de unirme a aquella luz que lo invadía todo. Comencé a entender, la escultura de Santa Teresa de Jesús de Bernini.

 En un instante, el mundo comenzó a desvanecerse, y la sensación de caída me invadió. Entonces escuché la voz de Ariel, firme y tranquila:

 —Respira, vuelve al ciclo de respiración. Y cuando te sientas preparada, abre los ojos y me cuentas…

 Esa simple instrucción era un ancla en medio de la tormenta de emociones y visiones. Cerré los ojos un momento más, sintiendo cómo el mar continuaba abrazándome, mientras la calma se instalaba de nuevo en mi pecho. Con cada inhalación, volví a la realidad, despacio, consciente de que había cruzado un umbral y que, aunque todavía no comprendía todo lo que había visto, había tocado algo profundamente sagrado en mi interior

—María, ¿qué pasó? —dijo sonriendo—.

 —No sé... fue tan...

 —¿Placentero? Porque creo que has tenido un orgasmo cósmico, y eso merece una canción. Has despertado la Shakti, te imaginas, hacer el amor y llegar a ese estado de plenitud…

-Ahí ¿no hay distancia ni tiempo, ¿verdad? El Sol es la puerta y la llave es nuestro corazón, es lo que sentí.

- María, creo que podrás tené hijos …

-Eso sería un milagro, no creo ser merecedora…

Despertar la Shakti es como abrir las ventanas de un viejo castillo, dejando que la luz dorada del sol inunde cada rincón, dispersando las sombras que se han asentado durante demasiado tiempo. Es un acto sagrado de invocación, donde la energía femenina primordial se despierta de su largo letargo, como una serpiente que se estira y se desliza lentamente después de un profundo sueño.

 Imagínate una flor de loto, sumergida en las aguas tranquilas de un estanque. A medida que el sol se eleva en el horizonte, los pétalos de la flor comienzan a abrirse, uno a uno, revelando su belleza y fragancia ocultas. Así es el despertar de la Shakti: un proceso de revelación y expansión, donde las capas de la conciencia se despliegan, revelando la esencia divina que habita en cada uno de nosotros. Es como si un torrente de energía fluyera a través de nuestro ser, iluminando caminos olvidados y desatascando las corrientes de creatividad y pasión que yacían estancadas. Es el fuego que ardía silenciosamente en el corazón, ahora avivado por el aliento del universo. Al igual que una tormenta eléctrica que danza en el cielo, la Shakti es intensa y poderosa, un recordatorio de que somos parte de algo mucho más grande.

 En este viaje hacia el despertar, nos convertimos en alquimistas de nuestra propia realidad. Aprendemos a abrazar nuestras sombras, a danzar con nuestros miedos, y a transformar la incertidumbre en fortaleza. Así como la luna refleja la luz del sol, nuestro ser comienza a reflejar la energía vibrante de la Shakti, convirtiendo cada experiencia en un acto de creación.

 Despertar la Shakti es un renacimiento, un regreso a casa. Es recordar que somos tanto tierra como cielo, tanto cuerpo como espíritu, y que en este entrelazamiento reside nuestro verdadero poder. En cada latido de nuestro corazón, en cada susurro del viento, la Shakti nos llama a danzar, a vivir con la plenitud de quienes somos, recordándonos que somos seres de luz en un vasto universo lleno de posibilidades.

A través de su mirada, tan profunda como el océano en calma, iba descubriendo que la vida era un lienzo en blanco, listo para ser pintado con los colores vibrantes de nuestras experiencias. Con él, aprender a meditar fue como aprender a volar; cada respiración se sentía como un susurro del viento, elevándome por encima de mis dudas y temores.

 Su guía me recordaba el concepto de imramma, ese antiguo viaje hacia lo sagrado que se narra en las leyendas celtas, donde los héroes navegan por mares desconocidos en busca de islas de sabiduría. A su lado, me sentía como un navegante de esos mares, enfrentándome a las tormentas internas y buscando las tierras prometidas de mi propio ser.  A partir de aquel día, cada momento de meditación compartida se convertía en un imramma personal, una travesía hacia la comprensión de mi esencia más profunda.

Me guiaba con la paciencia de un maestro y la alegría de un niño, recordándome que cada paso, por pequeño que fuera, era parte de un viaje más grande. En esos momentos de unión con el Todo y con todo, no solo encontré calma, sino también un vínculo con la esencia de la vida misma y lo que significa ser mujer: la búsqueda del significado de servir y compartir, la exploración del amor y el reconocimiento de nuestra interconexión con el universo.

Así, a su lado, me sentí capaz de cruzar las fronteras de lo habitual, de adentrarme en territorios desconocidos de mi ser, donde los miedos se desvanecían y la esperanza se iluminaba. Juntos, éramos dos almas jóvenes en un mar de posibilidades, navegando hacia el horizonte, listos para descubrir lo que la vida tenía reservado para nosotros.

Aun así, hubo un instante que estás a punto de cruzar la línea, esa que te lleva a un viaje sin retorno cuando dos enamorados se convierten en una sola carne. Y ahí me quedé tiesa, temblando y mirando el techo del camarote.

-Lo siento, hace unos años, mi padre abusó de mi en el baño. Mi madre había ido a comprar, habían tenido una pelea monumental y entre su glaucoma, que le afectaba la agresividad, no se... pero me arrinconó contra el lavabo y me puso su navaja de desollar los jabalíes y abusó analmente…

-Perdonale, y sobre todo perdónate. No creo que supiera ni lo que hiciera, un padre en sus sanos cabales no puede hacer algo así.

-Lo sé y está perdonado – pero quien puede olvidar lo que sentí, es como si me hubiera vuelto mierda en aquel instante. Menos que nada.

-No soy tu padre… es un enfermo si no ha sabido valorar el tesoro de hija que tuvo el honor de engendrar y si lo sabe, cuando se recuperara, no quisiera estar en su piel por los remordimientos. Deberíais hablar sobre ello y poneros en paz.

- Hablar. una vez lo intenté y se fue durante días de casa. Creo que se ha ido, no por las peleas con mi madre si no por vergüenza y no mirarme a los ojos.

-Seguramente, pero no reprimas esa energía femenina increíble que duerme en tu útero. Deja de sentirte mierda y permítete brillar con toda tu luz y que Dios haga milagros en ti.

Y si lo confieso, esa noche con esa chispa de humor y complicidad, nacieron los acordes de nuestra canción "Náufragos en la Luna". La melodía se deslizó entre nosotros como una brisa suave, mientras las palabras comenzaban a tomar forma, unidas por la energía de aquel momento. En la penumbra del velero, rodeados por el susurro del mar, comenzamos a tejer un relato de amor y forjamos un vínculo tan poderoso, luminoso y tan profundo que podría entrelazar las galaxias, uniendo estrellas en un abrazo eterno que ilumina el vasto universo, de sueños compartidos, un viaje que sabíamos era la continuación de un millón de vidas y que estaba más allá de la muerte. Cada nota resonaba con la vibración del océano, como si el mismo mar estuviera inspirado por nuestras emociones. Dormimos en el velero, y no… no hubo sexo, aquello había sido mucho mejor, charlamos sobre el despertar de mi Shakti, y llegando el amanecer regresamos al puerto y nos dirigimos a su casa, sus padres estaban desayunando y nos miraron sorprendidos, pero lejos de enfadarse, Ruthi, se acercó y me dio un beso en la frente, y dijo…

-Conozco a mi hijo, y que especial debes de ser para gustarle más allá de la amistad a este señorito… ¿Dónde estuvisteis?

- En su velero -respondí-

Miró a Ariel, le atusó el cabello y le dio un beso… diciéndole

-          Como me alegra hijo mío que seas feliz, y no lleves el peso del mundo sobre tus hombros, ensombreciendo tu mirada.

-¿que ha querido decir?

-Tonterías de mi madre, se cree que como somos del linaje de David, soy algo especial, se pone malita cuando le digo que me voy a hacer musulman como mi amigo sufi, Rami al-Din o Hare Krishna, jajajaja. Rami, le cae muy bien, pero debo conservar el linaje familiar, jajaja

- Ahora entiendo porque tu padre, indagaba tanto por el pasado familiar de criptojudios en mi rama materna....

-Criptojudios? Que zorro, no te contó todo... Tan de David y sefardita como el mío... eso lo hizo feliz, decía que eran cosas de Dios, el encontrarte y que encima le gustes a don exquisito... que no le gustaba ninguna mujerika... Pero no me gustas...

-Serás capullo - dije dandole un pellizco en sus nalgas, retorcido y malévolo

-Para.... ay, ay, ay.... para.. que burra, quería decir que yo  te amo, te amooooo, estoy loquito por vos.

- Ari ¿has crecido?
-Creí que nunca te darías cuenta... si yo he crecido pero tu estás adelgazando. No me van las flaquitas sin curvas… me gusta que haya donde abrazar. 



[1] Matkot: Chiringuito de playa. A finales de los 80, había varios lugares en Tel Aviv, especialmente en áreas más exclusivas como Hilton Beach y Gordon Beach, donde la clase alta solía reunirse. Estos beach bars a menudo tenían música en vivo o DJs, creando un ambiente festivo y propicio para bailar. El ambiente de esos chiringuitos era vibrante, con una mezcla de turistas y locales disfrutando de la vida nocturna junto al mar, lo que hacía que las playas se convirtieran en un punto de encuentro popular para quienes buscaban una experiencia más sofisticada y social


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