El Alfajor de la Tentación: Pasión y Magia Porteña


 En ese punto  del caer de la tarde, donde el aroma a café se mezcla con la humedad de la lluvia porteña, la caja de alfajores se abre con un suave crujido, como si el universo mismo liberara sus secretos en ese instante. El bandoneón sigue tocando su melodía en la distancia, pero aquí, en esta intimidad compartida, las notas más dulces son las de sus risas, que flotan en el aire como las burbujas de un vino espumoso, chispeantes y llenas de promesas.

"Ven María, es hora que mi madrileña, pruebe mis alfajores favoritos, los Havanna…"

Entre caricias y bocados, él la mira, con la complicidad de quien sabe que la danza del cortejo ha comenzado. “ María, con esa carita de golosa no me dejas otra que cogerte, mi amor”, dice él, riendo y jugando con el dulce de leche que ahora cubre sus dedos, deslizándolos suavemente por sus labios, sabiendo que la madrileña, aún no conoce el doble sentido de esa frase. La broma es tan ligera, tan cómplice, que es  el inicio de una nueva melodía entre ellos, una sinfónica de risas y suspiros, de miradas robadas y de caricias suaves como el terciopelo.

“Te cojo… y te devoro”,  y ella se estremece con una sonrisa traviesa, mientras su cuerpo se acerca al suyo.La dulzura de sus palabras van fundiéndose con el mismo dulce que él le ha ofrecido. Y es que, en sus ojos, ella es mucho más que una mujer: es hidromiel, el néctar más antiguo de los dioses, el elixir que transforma el metal en oro, la flor más rara y deliciosa de la tierra. Y no puede evitar la tentación de coger el bote de dulce de leche que había junto a la caja de alfajores, y escribir un te amo en el cuello de ella…mientras ella sorprendida, suspira, sin saber hacia donde se encamina aquel juego.

Él la observa, se pierde en la curva de su cuello, en la suavidad de su piel bañada por el dulce caramelo, y sabe que nada, nada en este mundo podría compararse a ese momento. “Eres mi dulce tentación”, susurra, mientras la besa con una pasión que no necesita palabras. Ella, entre risas, lo empuja suavemente, bromeando: “¿Así que soy una tentación, eh? ¡Pues a ver qué haces con ella!”

Entre risas y juegos, se entregan sin prisa, a suaves caricias, no hay ninguna prentensión, simplemente dejando que el tiempo se deslice entre sus dedos como el dulce de leche en el alfajor, saboreándose despacio, el uno al otro.  Él la toma entre sus brazos, y, con una mirada de fuego y pasión, le dice: “La tentación es un suspiro, y tú eres mi aliento. Cada caricia tuya es un beso que me sabe a tierra y a cielo, a vino y a miel. Y tú… eres el fuego eterno de mi embriaguez.”

Ella responde, riendo suavemente mientras se deja seducir por sus palabras: “No me resisto a tus besos, ni a tus juegos… ni a tus dulces tentaciones, mi amor. Pero en el fondo, ¿qué importa resistirse cuando te has convertido en mi vicio y mi salvación?”

Así, entre risas y caricias, entre bocados y suspiros, el alfajor y el dulce de leche se convierten en un pretexto, en un portal hacia un mundo donde lo real se funde con lo onírico, y donde el amor es tan dulce y profundo como el néctar de la vida misma. Y Lo único que importa es que, al final, se pierden en la dulzura que han creado juntos, entrelazados en una danza de sensaciones, un baile que les convierte en dioses, en esta tierra.

Entre sus labios, los alfajores se transforman en un lenguaje que no necesita ser explicado, cada bocado un suspiro, cada mirada una promesa. Se miran y sonríen con complicidad,  es un lenguaje que va más allá de las palabras. "Ven aquí", susurra él, extendiendo la mano, invitándola a caer en la misma espiral de deseo, de placer sin medida.

Ella, con la misma chispa traviesa, responde, "¿Otra vez el dulce, mi amor?" Pero en su tono hay algo más, un desafío, una invitación velada que no se limita solo al sabor, sino a la pasión que se esconde en los pliegues de cada caricia. Él, sin apartar la mirada, toma el alfajor y lo sostiene sobre su ombligo, en ese momento el centro del mundo… y  el chocolate derretido sobre su dedo, es la respuesta.

“"No te me retuerzas, que es solo un mimosito, mi niña linda”, dice él mientras hace cosquillas en el ombligo con su lengua y  sus manos comienzan a bajar, por sus caderas hacia los muslos, provocando  una ola de calor que recorre el cuerpo de su amada. Es un gesto pequeño, pero la intensidad de lo que despierta en María,  lo convierte en un acto profundo, lleno de promesas calladas

Ella, con una sonrisa infinita, susurra entre suspiros que se van volviendo gemidos y  risas,

 ¿Un mimosito? Ari, yo diría que me das todos de una vez, y me vas a dejar sin aliento…

“ No mi amor,  el último  será tuyo, como todos los que se intercalan entre nosotros, mi amor. Porque en este juego, no hay principio ni fin.”

De repente, el dulce sabor a nueces y chocolate se convierte en una extensión de ellos mismos; los besos se profundizan, se vuelven ardientes, y el amor se transforma en una promesa eterna, un pacto sellado con un toque de miel. Es una danza que nunca quiere terminar. Mientras el tiempo avanza, ellos se sumergen en la dulzura de ese amor compartido, un juego sin reglas, donde la pasión, desnuda y sincera, es la única norma en este amor sin fronteras. Ya es imposible detener la danza de pieles y sabores que fluye como un río sin orillas, un río que solo sabe de entrega. Entre risas y bocados, el universo entero parece desvanecerse, dejando solo la certeza de que, mientras estén juntos, todo lo demás será solo un eco lejano, una sombra que se pierde en el horizonte.

En fin, dejemos a los tiernos amantes en este rincón porteño, donde el alfajor Havanna no es solo un dulce, sino la promesa de un amor eterno, un lazo que se teje entre los labios, el dulce y el deseo...

MARÍA SOLIÑA & ARIEL POVDROSKY

Como un pequeño regalo, les compartimos nuestra canción, la cual pueden disfrutar también en sus plataformas digitales favoritas como Spotify, Amazon Music, iTunes, entre otras. Denle play a la magia, y dejen que la música los envuelva en esta danza de emociones.




Comentarios

  1. Versión breve y apasionada: Mi amor, en esta caja de alfajores de Havanna se esconde un universo de dulzura y tango. Cada alfajor es un suspiro de la infancia porteña, una milonga de sabores que se derrite en la boca como un verso en un bandoneón. Al abrirla, me acordé de aquellos días de lluvia en San Telmo, de cómo el dulce caramelo se fundía con el café, y de cómo, en cada mordisco, la vida parecía regalar una promesa de amor eterno.
    Y vos, mi cómplice, sos esa chispa que transforma un simple alfajor en un acto de pasión. Entre risas y miradas, jugamos a descubrir quién es más goloso: vos, que robás besos con tu sonrisa, o yo, que me rindo ante cada dulce tentación. Pero en el fondo, me pregunto: ¿cuál elegir, el bocado o el beso? Porque en la sutileza de este deleite, el alfajor se vuelve casi un amante silencioso, tan seductor y enigmático como ese beso que nos une, tan puro y apasionado que rivaliza con la más tierna de nuestras caricias.
    En este rincón porteño, donde hasta los postres tienen alma, cada alfajor es una excusa para detener el tiempo y brindar por la vida. ¡Qué golosina, che! Brindemos, mi amor, con un alfajor en la mano, dejando que lo dulce se convierta en poesía y que la pasión se derrita en cada bocado.
    ¿Para qué elegir, si sé que siempre ganarías? Porque en esta danza, te ofrezco a la vez el bocado y el beso.

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