Reflexiones en el Hammam del Principe Sufi

 



En la penumbra dorada del hammam, donde las columnas de mármol se elevan hacia un techo adornado con mosaicos que reflejan la luz de las velas, el vapor se entrelaza con el incienso de almizcle y rosa. El príncipe sufi y su princesa, amada y compañera de destino, se encuentran entre las aguas calientes de este santuario, donde el tiempo parece detenerse, y los susurros de sus almas se fusionan con la serenidad del espacio. Como si el hammam mismo fuera una puerta hacia lo eterno, su conversación fluye con la suavidad de la seda, deslizándose hacia los misterios más profundos de la existencia.

¿Qué es el espejo, se preguntan entre sí mientras el agua cae suavemente, formando círculos en el mármol? En este lugar de vapor y reflejos, las imágenes no son solo de carne, sino de espíritu. ¿Qué vemos cuando nos miramos en un espejo, y más aún, qué no vemos? ¿Es el reflejo la verdad, o es solo una sombra fugaz de algo mucho más grande, más profundo, que está más allá de los límites de nuestra comprensión humana? Las respuestas son tan elusivas como la niebla que los rodea, y sin embargo, el príncipe y su amada, siguen buscando, como el viajero que sigue la estrella en la vastedad del desierto, guiado por una intuición interna que lo lleva más allá de las apariencias.

En este espacio sagrado, donde los perfumes del jazmin y oud se entrelazan con el suave murmullo del agua, el príncipe le pregunta a Sherezade “¿Sabes, mi amada, que este reflejo que vemos no es más que un espejismo de lo que realmente somos? Somos las olas que se levantan y se disuelven en el mar infinito de la existencia. Pero, ¿qué ocurre cuando el ego, al que llamamos ‘nafs’, se disuelve como el vapor que se eleva desde el agua tibia? ¿Qué queda de nosotros cuando todo lo que creemos ser se desvanece?”

Ella, con la serenidad que sólo puede provenir de los silencios profundos del alma, le responde: “Mi amado, el ego, al igual que el vino en el cáliz del buscador, es una ilusión que nos embriaga y nos ciega. Como en la ‘Caravana del Amor’, todos estamos en un viaje sin fin hacia la unión con lo divino, y mientras más bebemos del vino de la vida, más nos alejamos de nosotros mismos. Y sin embargo, cuando estamos dispuestos a dejar caer nuestras máscaras, a vaciar nuestro cántaro interior, es cuando el amor verdadero entra y nos transforma. Al igual que el sufí que bebe de la copa del vino sin temor, el camino del amor requiere valentía y entrega.”

Y entonces, el príncipe, inspirado por sus palabras, le pregunta: “¿Es el ego entonces como un velo sobre nuestro rostro, mi amada? ¿Y si este velo se retira, revelando la luz que habita en lo profundo de nuestro ser, qué veremos entonces? ¿Qué es ese reflejo al que tanto tememos mirar?”

“Ah”, responde la princesa, su voz suave como el murmullo del viento en los jardines del palacio, “el velo es solo una ilusión, y al retirarlo, lo que vemos no es más que el reflejo del divino en cada uno de nosotros. ‘La verdad está en el corazón del amado’, dice la antigua sabiduría. Y cuando vemos con los ojos del corazón, ya no vemos separaciones ni diferencias, sino solo la unidad eterna, la luz de Al-Haqq que ilumina todos los caminos.”

El príncipe cierra los ojos por un momento, inmerso en la profundidad de sus palabras, y pregunta nuevamente, “¿Y cómo liberamos nuestro ego? ¿Cómo cortamos la atadura que nos mantiene prisioneros de nuestras propias sombras?”

Ella sonríe dulcemente, como si conociera la respuesta desde siempre, y responde: “El sufismo nos enseña que el ego, al igual que la espada afilada del guerrero, debe ser manejado con sabiduría. Solo cuando somos capaces de cortar el ego con el filo de la humildad, como si fuera un velo que nos separa del amor verdadero, es cuando podemos entrar en el reino de la luz. ‘La espada corta, pero el amor sana’, dicen los antiguos maestros. En cada herida que el ego nos inflige, hay una oportunidad de sanación. En cada derrota del ‘nafs’, se abren las puertas del corazón. Y así, el amor, que es la fuerza más poderosa del universo, se convierte en la herramienta que usamos para trascender el ego.”

“Pero, mi amada”, susurra el príncipe, “si el ego es tan engañoso, ¿cómo sabemos si realmente lo hemos superado? ¿Cómo sabemos si estamos viendo la verdad?”

“La verdad no puede ser vista con los ojos del cuerpo, querido príncipe,” responde ella, “sólo con los ojos del alma. El sufismo, el budismo, y todas las grandes tradiciones nos hablan de la humildad como el camino hacia la liberación. Cuando dejamos ir nuestro ego, lo que queda no es ni el príncipe ni la princesa, sino la esencia pura de lo divino, que se encuentra en todos los seres, en todo lo que nos rodea. Y esa es la verdad: que somos uno con el universo, que somos uno con el ‘al-‘Aziz’, el Todo-Poderoso, el Creador.”

El príncipe, con los ojos cerrados, respira profundamente, y en su mente se forma una imagen: la imagen de la espiral infinita de la existencia, que gira una y otra vez, llevando a todos los seres hacia el centro de la verdad. Como en la Caravana del Amor, todos somos viajeros, todos estamos en el mismo viaje, buscando la misma luz, la misma unión. Y, como los sufíes que giran en su danza, solo cuando nos entregamos al movimiento del amor y la humildad, encontramos nuestra verdadera esencia.

En este hammam, donde el amor  y la belleza, junto a  el agua fluyen como una corriente de sabiduría, y el vapor es un velo que se levanta, revelando la luz de la verdad que brota de los corazones enamorados. Y es en este lugar sagrado, entre las palabras que se desvanecen como el vapor en el aire, donde se comprende la verdad más profunda: que no hay separación, solo unidad. Y que el reflejo que vemos no es más que la imagen del amor divino, reflejado en cada uno de nosotros, esperando ser descubierto.

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