El Eco de las Estrellas - Un Encuentro en Varsovia, 1939


María despertó, como cada noche, a las 4 en punto. Fue al baño y, al mirarse en el espejo, simplemente sucedió: vio, a través de la superficie reflejada, una ventana abierta a un tiempo lejano. Allí, frente a ella, apareció un joven, apenas un adolescente. Sus ojos azules, profundamente inteligentes, y sus labios carnosos, inconfundibles, le revelaron la identidad de aquel rostro: Era su suegro, tan joven, en plena adolescencia,  tan distinto al hombre maduro casi anciano  que había conocido. Aquella mirada, aquellos rasgos, sin duda los había heredado Ariel.  Sin duda aquel niño, era Jakub, un alma que había recorrido el ghetto judío de Varsovia, Muranów, antes de que el destino lo llevase por otros caminos, como el campo de concentración, Israel o Argentina. Traspasó el portal y pudo respirar el olor intenso a café, y a buleczka z dżemem. No pudo evitar tomar uno, relleno de mermelada casera de frambuesa...Si esto es un sueño, la abuela de Ariel,  se oía en otra habitación despertando a su hija pequeña... ummm, cocina muy bien,y avancé por el pasillo..

Estamos en una sala  con una chimenea encendida, allí en esa habitación de Varsovia, con las ventanas cerradas y las sombras alargadas por la luz de las velas, un joven se sentaba frente a su maestro. Su rostro era apenas un destello de adolescencia, pero en sus ojos brillaba una profundidad que parecía no pertenecerle. Era Jakub, y aunque tan joven, su mente se movía con la rapidez de los ancianos sabios, buscando en las estrellas el propósito de su existencia.

A su lado, su vecino, y maestro, Rabí Moshe, un hombre de cabellera encanecida y ojos sabios, observaba al joven con una mezcla de ternura y respeto. En ese momento, Varsovia aún no sabía lo que le esperaba,  apenas faltaban unas semanas para que los nazis, entraran en la ciudad, y ella era testigo de como las puertas del destino se entrelazaban a través del tiempo y del espacio. El viento soplaba a través de la ciudad, pero en esa habitación, el aire era denso, cargado de misterio y de secretos olvidados y de un negro futuro    que llegaría en un tiempo breve.

"Rabí," comenzó Jakub, su voz llena de una curiosidad insaciable, "¿Cómo sabremos cuándo se cierra el ciclo de nuestra vida? ¿Cómo entenderemos la sincronicidad, la conexión que nos une con todo lo que nos rodea, con el Ein Sof que reside más allá de las estrellas?"

Rabí Moshe sonrió lentamente, su mirada fija en las manos del joven, como si pudiera ver más allá de su piel, penetrando en el alma misma de Jakub. Tomó una respiración profunda, cerró los ojos y comenzó a hablar, las palabras fluyendo con la calma de siglos.

"El guilgul," comenzó el rabí, usando una palabra que resonaba con el misterio de las vidas pasadas, "es el ciclo eterno de las almas. No somos solo quienes creemos ser en este momento, Jakub. Cada vida que vivimos es un eco de todas las anteriores. Lo que hacemos, lo que sentimos, todo tiene un propósito más grande. Las almas se reencarnan para corregir lo que no hemos hecho bien en vidas pasadas, para aprender lo que aún no hemos aprendido."

Jakub asintió, pero una pregunta permanecía en su mente, una que no se atrevía a formular en voz alta, temeroso de la respuesta.

"Y si uno se desvía del camino, rabí, ¿cómo sabremos si hemos cometido el error de perder nuestra oportunidad?"

El rabí levantó un dedo, señalando al cielo estrellado que parecía brillar más intensamente esa noche. "Todo es hashgachá pratit, Jakub. La providencia divina, la sincronicidad de las almas que se encuentran, la conexión de todos los eventos. Nada en la vida es casual. Tú estás aquí ahora, hablando conmigo, no porque sea una coincidencia. Es parte del diseño cósmico. El universo se pliega a través de momentos exactos, lo que algunos llaman el flujo del Tikkun Olam, el arreglo del mundo."

Jakub se quedó en silencio, asimilando la vastedad de esas palabras. El rabí, con un gesto de su mano, indicó que mirara más allá de la ventana, hacia las luces de la ciudad que se perfilaban contra el horizonte.

"En cada estrella que brilla, en cada paso que das en la vida, Jakub, existe un rastro invisible, una cadena de causas y efectos que te llevan a lo que debes ser. Como las palabras del Zohar, cada acto que realices es una chispa del divino, y a través de estas chispa de luz, el Ein Sof se manifiesta en la realidad, en lo tangible."

"Pero, rabí, ¿y si lo que parece mal, lo que parece fuera de lugar, es parte de este plan?" Jakub preguntó, la juventud aún palpándole la pregunta en su voz, una mezcla de inocencia y desesperación.

"Es el eterno misterio," contestó el rabí con una mirada que sabía demasiado sobre el sufrimiento y la bendición. "A veces, lo que consideramos una tragedia es solo una corrección en nuestra alma, una corrección que nos lleva más cerca de la luz, hacia nuestro propósito. ¿Sabes qué es lo más difícil de aceptar, Jakub?"

El joven negó con la cabeza, ansioso por la respuesta.

"Que cada uno de nosotros es una gota de agua     en el vasto océano que es Dios. Estamos aquí, en este tiempo, en este lugar, para cumplir con nuestra misión. La sincronicidad, el timing divino de las estrellas, se mueve más allá de nuestra comprensión. Kabbalah no es solo saber, sino sentir que todo lo que sucede es necesario, que cada elección, por más pequeña que sea, resuena en las estrellas."

Jakub observó al rabí, absorbiendo cada palabra, y entonces algo en su corazón comenzó a despertar. Un sentimiento profundo y misterioso que se deslizaba por su ser, como si todo lo que había estado buscando ya estuviera frente a él. Los sonidos de la ciudad parecían desvanecerse, y en su mente se formaba una visión de algo más allá de este mundo.

"Y en la guilgul, rabí... ¿nos reconocemos de vidas pasadas?" preguntó, finalmente tocando el núcleo de su duda.

"En algún momento," respondió el rabí, con una sonrisa que parecía desafiar el paso del tiempo, "sí. Quizá no con los ojos, pero el alma reconoce a otras almas. Como cuando dos personas se encuentran y sienten una conexión profunda, inexplicable. Son las viejas alianzas del alma, las que se entrelazan a través de las reencarnaciones."

"Entonces, todos estamos buscando algo... ese reencuentro." Jakub murmuró, como si sus palabras pudieran desatar una verdad que nunca había alcanzado antes.

"Sí," respondió el rabí, su voz suave pero firme. "Pero recuerda, Jakub, no es solo encontrar lo que perdimos, sino entender que el viaje, la búsqueda, es la misma respuesta."

El joven miró al rabí, y por primera vez comprendió que la vida no era un simple paso lineal, sino un tejido de momentos, de vidas pasadas y futuras, conectadas por una fuerza cósmica, una sincronicidad que unía todo. La vida, la muerte, el tiempo, todo se deslizaba en una danza interminable. Y en ese momento, frente a su maestro, en una Varsovia que aún no sabía lo que le esperaba, Jakub comprendió que la verdadera búsqueda era aprender a ver más allá de lo que los ojos podían comprender.

"Lo sé, rabí," dijo con voz firme, mirando el reflejo de las estrellas a través de la ventana. "El camino es eterno. Y yo estoy aquí para recorrerlo."

El rabí asintió, sonriendo con una luz de comprensión infinita, como si todo el universo se hubiera alineado por un breve instante. "Recuerda, Jakub, cada alma es parte de una gran sinfonía. Cada acción es una nota, y solo cuando entendemos la melodía completa, entendemos quiénes somos."

Y así, la noche en Varsovia continuó, con las estrellas observando desde lo alto, y el joven, ahora consciente de su destino, sabía que estaba listo para enfrentar lo que el universo le tenía preparado.

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