La Novena Ola...

Aquella noche, la luna colgaba del cielo como un relicario antiguo, y el espejo —ese umbral secreto que custodiaba mis sueños— tembló suavemente.

Me acerqué. El frío de la otra orilla me acarició la mejilla. Y entonces, atravesándome como un soplo de hierbas y viento, apareció ella.
Mi madre.

Olía a heno de Pravia, a especias dulces robadas de la cocina de la infancia.
Me rozó los labios con un beso liviano y eterno.
—Ven, —me dijo— quiero mostrarte dónde todo comienza y todo termina.

Tomó mi mano, y cruzamos juntas los umbrales invisibles hasta llegar a San Andrés de Teixido, en la remota Costa de la Muerte.
El viento ululaba como un antiguo conjuro, y las olas —graves, solemnes— golpeaban los acantilados con la cadencia de un tambor chamánico.

Mi madre esparció un pequeño puñado de cenizas que llevaba en un relicario de plata.
El polvo sagrado se fundió con el viento, bailando en espirales doradas hacia el abismo.

—Antes de iglesias y peregrinos, —me susurró— aquí danzaban los druidas.
El acantilado era su altar, y el mar su espejo.
Los tejos sagrados crecían como custodios del otro mundo, raíces hincadas en la tierra y ramas alzadas al cielo.
"El tejo," dijo acariciando la corteza rugosa de uno, "era la llave. Sus hojas venenosas y su savia luminosa enseñaban que vida y muerte no eran enemigas, sino amantes."

La bruma nos envolvió.
Abajo, en el vientre oscuro del océano, algo se movía.

—Escucha —dijo—.
Allí, donde el horizonte respira, se acerca la Novena Ola.

La vi: enorme, majestuosa, la madre de todas las olas.
—Es un portal —susurró mi madre—. Quien la cabalga, quien la siente en su sangre, viaja hacia la isla que no tiene nombre, donde los vivos y los muertos bailan alrededor del Fuego Eterno.

Y entonces me habló del secreto del fuego:
—No es la llama lo que importa, hija, sino lo que enciende en ti.
El fuego verdadero no consume: transforma.
Como el amor que llevamos dentro, como el mar que toma y devuelve, como las cenizas que no mueren, sino que vuelan.

Me apretó la mano, y su sonrisa era como un atardecer.
La Novena Ola rompió contra la roca, salpicando nuestros rostros con una espuma que olía a memoria antigua.

Cuando parpadeé, mi madre ya no estaba.
Solo quedaba el eco de su voz en el viento:

"Donde el tejo susurra, donde la ola canta, allí me encontrarás..."




Comentarios

  1. Bello y armónico mensaje de amor

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    1. Gracias, querida amiga, por dejar en este espacio tu luz y tu amor.
      La Novena Ola nació desde uno de los lugares más profundos y sagrados de mi corazón, en memoria de mi madre, que sigue guiándome más allá del tiempo y las mareas.
      Que tú hayas sentido la belleza y la armonía en estas palabras significa muchísimo para mí...
      Es como si, a través de ti, ella me abrazara otra vez.
      Gracias por estar, por sentir, por acompañarme en esta travesía que a veces duele, pero también nos eleva.
      Te abrazo con el alma, siempre.

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