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La Biblioteca de los Espejos no es un lugar, es un estado del alma. ..

Donde el fado encuentra tus ojos

 —Recuerda, María… —susurró Ariel, con esa voz que no venía de este mundo, sino de entre las costuras del sueño. Era un murmullo antiguo, hecho de bruma, de memoria, de una ternura obstinada que se negaba a morir. Ella giró apenas en la cama, atrapada entre la respiración lenta del sueño y el escalofrío de una presencia. Porque aunque la noche era silenciosa, algo palpitaba cerca. Y no era sólo el viento, ni el rumor de los tranvías lejanos. Era él. —Sé que el dolor es grande… que recordar quema como una llama vieja que no se apaga —continuó la voz—. Pero tenés que hacerlo, amor. Tenés que recordar. Las palabras no eran sólo palabras. Eran un conjuro. Un puente. Recordar quién fue. Recordar su vida. Recordarlo a él. Porque si no lo hacía, si no volvía a abrir los ojos del alma, la magia se desvanecería. Y con ella, Ariel. Como un nombre escrito con tinta sobre agua. María abrió los ojos. Lentamente. En el techo, el reflejo de la luna parecía un espejo roto. Y al fondo del cua...

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